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Punto de vista: ¿Y para qué sirven las ceremonias de los grandes eventos deportivos?

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Rápido, hagamos un ejercicio de memoria: ¿sobre qué trató la fiesta inaugural del Mundial de Italia 1990? Sí, todos recordamos la canción Un verano italiano, pero pocos qué pasó en el estadio San Ciro de Milán además de aquella interpretación. Si repasamos en Youtube, vemos que mientras cantaban Gianna Nannini y Edoardo Bennato, varios hinchas argentinos mostraban carteles y banderas al mejor estilo del festival Jesús María. Y luego vinieron unas pelotas gigantes sobre el césped, unas modelos desfilando por el costado de la cancha y poco más. Como sea, aquella ceremonia se nos presenta como la más emotiva, la más profunda, la que volveríamos a vivir. Y no tuvo nada más que el tema que, sin esfuerzo, todos podemos tararear. Lo dicho: la memoria es selectiva.

Pocos recuerdos nos quedan después de una ceremonia inaugural. Son golpes de emoción provocados por una transmisión certera. Postales que identificarán, quizá por los resultados posteriores, lo que terminará significando ese evento para nosotros. De las miles de horas que llevamos consumidas frente al plasma (o en vivo, según la suerte de cada uno) apenas sobreviven pocos segundos de color y música. El resto, pasa.

Pero lo que queda, se fija. Como la geométrica danza de la Copa del Mundo de Argentina 1978, con el ascetismo militar de la dictadura convertido en una ceremonia fría y coordinada sobre el césped del Monumental. Mientras, sigue en nuestra memoria la marcha marcial que anunciaba lo de que 25 millones de argentinos jugarían el Mundial. En ese torneo, la selección fue campeona y aquellos videos a color (por primera vez en nuestro país) siguen dejándose ver casi con inocencia y cierto patetismo.

¿Para qué sirven, entonces, semejantes puestas en escena que se comen gastos millonarios para unos cuantos minutos de color en la tele? Dejemos de lado los Olímpicos de Berlín en 1936, puntapié inicial de la utilización de la propaganda política. Adolf Hitler sabía lo que hacía cuando le encargó a Leni Riefenstahl que filmara todo y luego lo convirtiera en un video que hasta hoy puede ser considerado moderno.

Además de haber puesto a Richard Strauss a dirigir un coro de 3000 integrantes, el final de aquella ceremonia, con el sol encajando justo sobre la llama olímpica, da escalofríos (por la perfección de la producción y por lo que significó aquel momento). Aquello sí fue propaganda y sí que la puesta tenía un objetivo de seducción.

Quizá todos los países tengan las mismas pretensiones a la hora de pensar una ceremonia inaugural: la de hacer propaganda política. Lejos, vale aclararlo, de las enfermizas aspiraciones de Hitler y el nazismo, lo que hoy buscan los organizadores de mundiales y juegos olímpicos es mostrarse al nivel tecnológico y creativo del mundo que ha puesto, por unos segundos, los ojos sobre ellos. Lo autóctono, por sobre todo, pero lanzado a un mundo global que pide gestos reconocibles. Por eso es casi obligatorio en estas fiesta, apelar a la historia con pueblos originarios bailando entre las steadycams (cámaras móviles) y los bombos electrónicos. Luego, la canción elegida para machacar lo que dure el torneo y, finalmente, el cierre que busca la sorpresa cinematográfica. No hay recetas, pero todos se parecen.

En opinión de quien esto escribe, y de los últimos 30 años al menos, no hubo nada como las fiestas de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 (no descarto a China, pero la magnificencia asiática pecó de vacío emocional). Con la mismísima reina de Inglaterra entre los "actores" y una puesta en escena milimétrica. Los británicos divirtieron con la combinación de la cultura pop (de la que son amos y señores) con mojones históricos que contaban en pocos minutos el desarrollo de una isla que ha dominado el mundo. Fueron ágiles y profundos en vivo y también para la televisión, y se despegaron del concepto de ceremonia pacata y pretenciosa. Claro, ellos tienen a Paul McArtney y a los Monty Python y los pusieron a trabajar juntos. Así cualquiera.

La excepción, para mal, fue el Mundial de Brasil en 2014. Inmerso en una polémica por los excesivos gastos de organización, la ceremonia en San Pablo fue una de las mayores decepciones que se recuerden. No funcionó nada. Ni las danzas típicas recrearon el clima festivo del país vecino, ni la televisación logró siquiera seguir el guión y hasta el tema musical elegido sonó como un karaoke de mala muerte (¡y fue en inglés!).

Ahora, llegó Chile y su Copa América. La ceremonia del jueves pasado fue sobria, rápida y sin secuelas. Una introducción con buen gusto pero sin esencia, en el frío estadio de Santiago de Chile. Ya tendremos tiempo de la clausura, que tomará nota de lo visto y tratará de dejar, al menos, algún recuerdo.

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La ceremonia de apertura de la Copa América se realizó el jueves.
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Una opinión sobre las ceremonias de apertura de grandes eventos deportivos a partir de la inauguración en Chile de la Copa América.

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