En Qhapaq Ñan, desandado el camino, una serie documental que se estrena el viernes en Canal Encuentro, Gustavo Santaolalla retoma la lógica andariega de De Ushuaia a La Quiaca. Lo hace para recorrer el más antiguo camino de nuestro continente, el citado Qhapaq Ñan, que es un sistema vial de altura que nació bajo los pies de los pueblos originarios y creció a través de seis países de Sudamérica (Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú).
El multipremiado Rey de Midas del rock, pop & folklore de la región, y hombre fuerte de la industria cinematográfica hollywoodense, se aproximó al recorrido de los chasquis incaicos, esos mensajeros que también oficiaban de transmisores de conocimientos, de identidad. “Desandarlo hoy nos permite estar cerca de lugares y personas que llevan en la sangre lecciones ancestrales”, observan los productores del ciclo a modo de fundamento. Y recuerdan que “el Qhapaq Ñan es la expresión tangible de un gran proyecto político y económico, el Tawantinsuyo, que tuvo como objetivo la integración social, política y económica de gran parte del territorio andino y las diversas culturas que lo constituían”.
“La relevancia y el impacto social de aquel sistema, los pueblos originarios preincaicos aún existentes y el hábitat único e imponente que se expresa en una naturaleza profunda, majestuosa y para muchos todavía desconocida, impulsaron a la realización de nuestra serie documental”, expresa ahora el mismo Santolalla desde Los Ángeles, Estados Unidos, donde funciona su usina creativa. “Además, quería dar cuenta de la increíble belleza de los paisajes y encontrarme con seres que tienen una diferente percepción del tiempo y el espacio… Conocer a miembros de pueblos originarios que mantienen una relación muy profunda y personal con nuestro hermoso planeta, para que cuenten sus experiencias de vida. Las imágenes y música proyectan el espíritu que impulsó este maravilloso viaje. Me siento satisfecho”, completa.
–¿Es una idea tuya?
–Es una idea de conjunto, aunque personalmente hace tiempo que quería hacer otra cosa tipo viaje, recorriendo nuestro país como aquel De Ushuaia a La Quiaca. Obvio, no con el mismo formato, pero sí que demandara movimiento. Cuando la Unesco nombró patrimonio de la humanidad al Qhapaq Ñan (en la categoría de “Itinerario Cultural, seriado y transnacional”), todo se ordenó para activar este desafío, que por otro lado me toca personalmente.
–¿Por qué?
–Porque la búsqueda de una identidad es algo que me obsesiona desde chico. Incluso, este periplo tiene un nexo con Arco Iris, mi grupo de posadolescente. Tuve la suerte de llegar a Bolivia y cruzar la Puerta del Sol de las pétreas ruinas de Tiahuanaco, que están en dos portadas de los discos de Arco Iris, en la de Sudamérica (1972) y en la de Inti Raymi (1973). Eran una referencia fortísima para mí pero, sin embargo, nunca había tenido oportunidad de conocerlas. Esto era una cosa bastante orgánica dentro de lo que ha sido mi trayectoria. En fin, tenía ganas de hacer eso y el ministro de Turismo, Enrique Meyer, me instó a que nos metiéramos en la ruta. Generamos un contenido en pos de la identidad cultural, pero también cuenta con una importante dimensión espiritual.
–Más allá de los conocimientos previos, sospecho que tuviste que estudiar.
–Fue todo un tema pensar cómo íbamos a hacer la serie. Porque primero dejé en claro lo que no quería hacer. No quería hacer un magazine, de esos que tienen el tipo parado delante de la pirámide diciendo “señores, aquí está…”; tampoco un documental pedagógico en el que te dan un montón de data y, al final, no te acordás de nada. Yo buscaba algo sensorial, que activara a la gente para querer visitar esos lugares. Parte del asunto tenía que ver con llegar con un cierto nivel de inocencia, como la que tendría un espectador promedio. Por supuesto que hubo un laburo de preproducción, pero tampoco te creas que fue una cosa exhaustiva. El asunto fue descubrirlo uno mismo, y cederla la iniciativa a la gente de los pueblos originarios, que tiene una dimensión del espacio totalmente diferente a la nuestra y una relación alucinante con la Pachamama.
Fundir el ego
Santaolalla precisa que el título incluye el gerundio “desandando” porque junto a su equipo empezaron el relevamiento donde termina el camino. “Tal cual, empezamos en Mendoza… Este es el antiguo y verdadero Camino del Inca, el que erróneamente se conoce como el que conecta Machu Pichu con el lago Titicaca. Qhapaq Ñan es un sendero vial andino, un sendero vial de altura. Nace en el Cuzco y hacia el norte termina en Colombia, mientras que hacia el sur llega hasta Argentina. Llega hasta Mendoza luego de pasar por siete provincias. Si me preguntás por el estado arqueológico, te digo que Ranchillos, que son las ruinas mendocinas en las que arrancamos, queda poco visible, pero de pronto tenés al Pucará de Aconquija, donde casi no ha habido intervención del hombre”.
–Calculo que el respaldo tecnológico con el que contaste en esta oportunidad…
–(Interrumpe) Como era la idea era generar un lenguaje distinto, pasó todo por lo visual y auditivo. La tecnología tenía que estar al servicio de una manera cautivante de mostrar.
–Quería decir que esta experiencia con alta tecnología y presupuesto, quizás, refuerce la importancia de “De Ushuaia a La Quiaca” como cruzada autogestionada.
–El espíritu es similar en ambos casos, por más que en De Ushuaia a La Quiaca hayamos estado en la búsqueda de músicos. Lo que se conserva es la falta de protagonismo, porque en ninguna de las dos experiencias quise pasar por un host (anfitrión) sino por la necesidad de fundirme con las personas con las que me iba encontrando. No se trata de un solo tipo ocupando el total de la pantalla.
–¿Cuánto falta para que hagas tu propia película?
-En algún momento se me va dar. Porque a mí me gusta hacer de todo, y no tengo conflictos en considerarme un tipo medio renacentista en algún sentido. Porque he tenido oportunidad de hacer mi propia música, producir artistas de una variedad total, musicalizar películas y un video juego, probar con el musical... Es probable que algún día me anime, pero cada día me doy más cuenta de lo difícil que es hacer una película. Además, hay una búsqueda de la excelencia que me impide hacerla por hacerla. Porque si compongo para un videojuego, es para The last of us; si lo hago para una peli de animación, es para El libro de la vida; si me meto en el lenguaje del musical, es para El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro.
La omnipresencia de Santaolalla sugiere grandilocuencia, superproducciones. Sin embargo, su cotidianidad musical transcurre con abordajes a su acústica y a su ronroco, un charango con afinación especial. “Soy muy malo tocando teclados y como instrumentista en general, pero soy desinhibido. Y de esos que aseguran que la limitación crea estilo. No me amedrento ante nada, pero en general toco la guitarra acústica y el ronroco. Por otro lado, recuerdo que los instrumentales no me apartan del camino de la canción, que es lo que hago desde hace 10 años. De hecho, en pocos días me van incluir en el Latin Songwriters Hall Of Fame”, revela.
–Y cómo productor, ¿aún tenés la capacidad de encantarte ante lo nuevo?
–A lo nuevo lo busco por necesidad, porque el verdadero amante del arte siempre está buscando nuevos estímulos. Argentina sigue siendo un lugar alucinante… Escuché un tema de Eruca Sativa que me voló la cabeza, y me gustan Loli Molina y Barbarita Palacios, a quien produje.
–Sos el argentino con más Grammy y Oscar ganados. ¿Dónde guardás los premios?
–A los Grammy, los tengo desordenados en una repisa; y a los Oscar, en un placard. No soy un fetichista; al menos con los premios, no (risas).
Qhapaq Ñan, desandado el camino. La serie se emitirá por Canal Encuentro. El capítulo 1, el 16/10; el 2, el 23/10; el 3, el 30/10; y el 4, el 6/11. Siempre desde las 21. Cada capítulo, con tres repeticiones semanales.
El multipremiado músico Gustavo Santaolalla conduce la serie documental “Qhapaq Ñan” (Canal Encuentro), donde retoma el espíritu andariego en “De Ushuaia a La Quiaca”.