Con los mil distintos tonos de grises que regalaba la pantalla en blanco y negro de los años ‘70, la porra canosa de Peter Graves lo convirtió en “el rubio” del equipo de agentes especiales de la primeraMisión imposible, que se emitió en Estados Unidos entre 1966 y 1973. Ambientada en plena Guerra Fría, la ficción de Bruce Gueller llegó más tarde por aquí y fue la serie que prendió la mecha. Mucho antes que las producciones de Netflix o HBO, Misión imposible creó frente a la tele una comunidad que consumía cada capítulo con devoción.
El formato era de episodios que funcionaban como unitarios, pero cobraba sentido completo en perspectiva, por las habilidades de sus protagonistas. Esto, aunque cambiaran los elencos en las distintas temporadas.
Con la tecnología como aliada, cada capítulo los ponía en marcha para salvar a la nación, la humanidad, los pueblos oprimidos y el mundo entero. Comenzaba cuando Jim Phelps (“el rubio”) escuchaba la misión en algún lugar secreto (“Esta grabación se autodestruirá en cinco minutos”) y disponía las tareas para cada uno. A Barney siempre le tocaban los explosivos y en sus manos morenas estaba ese instante que definía todo: cortar el cable rojo o el verde.
Los colores, en realidad, se confirmaron en un segundo momento de la miniserie, en 1988, con Peter Graves declaradamente cano.
Dato de chauvinismo fácil o repetida casualidad, siempre hay un argentino en el asunto. El cupo nacional fue para la música de Lalo Schiffrin, indispensable como la mecha prendida, que acompañó todas las emisiones y que heredaron luego las películas de la saga.
“Si alguien está en la cocina preparándose algo y el tema suena en la televisión en el salón, tienen que poder reconocer la melodía, tiene que ser llamativa”, le pidió Geller. Y Schiffrin cumplió su misión.
En distintas temporadas y con elencos rotativos, el equipo de súperagentes resolvía las pruebas y la Guerra Fría a puro ingenio.