La última vez que la serie Alf fue noticia, allá por la década de 1990, los personajes fueron rescatados del olvido con la supuesta foto del padre de la familia de la ficción, consumiendo drogas en medio de una orgía con vagabundos. Pero, dejando de lado el morbo y el amarillismo, esos seres fantásticos que nos acompañaron en meriendas y cenas a veces vuelven a la vida, no para probar las bondades de una resurrección, sino porque les han puesto bajo la nariz un buen fajo de billetes.
El caso de Alf es quizá el más sincero: el extraterrestre volvió, claramente, por dinero.
Que la creatividad en la publicidad flaquea de vez en cuando es un hecho, pero, en el caso de la empresa de televisión satelital, la apuesta explícita permite transparentar un mecanismo habitual.
Sí hay problema
Lo que a todas luces pretende funcionar como un guiño cómplice para las generaciones que convivieron con el apogeo del personaje, hoy, en perspectiva, da un poco de tristeza. En la versión completa del comercial, cuando le preguntan por su regreso, Alf dice abiertamente: “Lo hice porque no se asustaron por mi apariencia, aunque sí se asustaron cuando les llegó la cuenta, jajá”.
La transparencia, para nada fingida, dice algo tan obvio que incomoda. Si un pedazo de nuestra infancia se puede vender al mejor postor, si ese muñeco entrañable acaba siendo moneda de cambio, entonces nuestros recuerdos se ponen grises. Y lo más angustiante es que la nostalgia empieza a parecerse mucho a una desilusión.
Por supuesto, el recurso no es nuevo, mucho menos original –el gran mérito del comercial es haber conseguido los derechos para revivir al muñeco–, pero lo que va quedando en claro es que ya no se trata de imponer una publicidad como la venta de un producto: lo que ocurre en estos casos es que empezamos a hablar de propaganda, y la propaganda es una forma de convidar una ideología, de darla a conocer, de “propagarla”.
No estaría mal preguntarse cuál es esa idea... ¿hasta un extraterrestre, si le ponen plata, publicita una empresa? ¿Los personajes de nuestra infancia tienen precio?
Lo que hace de este ejemplo el más interesante es el manoseo del ícono, la pérdida de nobleza y sensibilidad. El alienígena de Melmac (planeta de origen de Alf) era desfachatado, incorrecto, provocador e impredecible, características que funcionaban en el marco de una serie que tenía un mecanismo aceitado para que cada línea de diálogo cumpliera una función específica. Fuera de ese “espacio cuidado”, las reglas pueden ser peligrosas como una jungla de billetes.
Rescate con motivo
Entre muchos otros trucos en la galera del publicista, la percepción en el espectador cuando se asocia una marca a un personaje famoso es como la paloma que aparece de la nada: nunca falla.
Alcanza con esforzar un poco la memoria para recordar algunos casos que se asemejan al del muñeco de voz gruesa.
El profesor chiflado de Volver al futuro, Doctor Emmett Brown –interpretado por el actor Christopher Lloyd–, volvió del pasado, estacionó en Cabildo y Juramento el auto que manejaba Michael Fox, y se bajó a hacer unas compritas en una conocida tienda de electrodomésticos. Avejentado, llevando a la rastra con dificultad un cuerpo anquilosado, aquel que daba las coordenadas para visitar a tus padres antes de que se conocieran terminó ponderando la delgadez de las tablets y la versatilidad de los smartphones.
Otro triste destino fue el del Auto fantástico, el bólido con voz de locutor de AM que en la serie homónima respondía las órdenes de David Hasselhoff.
Y el destino también fue cruel para el mismo Hasselhoff, que fue víctima de una ensalada creativa que lo llevó de subirse al coche caracterizado como el bañero de la serie Baywatch, a protagonizar un comercial para el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.
El spot termina con el actor norteamericano conversando con su émulo local, el desgarbado Emilio Disi.
Todo vale
Esta moda no es nueva. Actores que hacen de sí mismos en publicidades de perfumes (publicidades, por otra parte, imposibles de entender), modelos que sacuden la melena ponderando un champú anticaspa o deportistas que tartamudean dos líneas para promocionar una bebida.
Desde que Poncharelo, el morocho de la serie Chips, apareció frente a cámara con el frasquito de pastillas que le hicieron perder peso y hasta lo de Alf, los ejemplos abundan. Entonces hay que dejar bien en claro que el recurso es antiguo, vigente y para nada fuera de lugar.
Lo que llama a la reflexión es el desparpajo con el que se transparentan las cosas en todos los ámbitos. En una publicidad, terreno en el que, justamente, se puede transgredir sin perder el garbo, que el mensaje de una campaña esté construido sobre la base de que por la plata bailan desde el mono hasta el extraterrestre, resulta confusamente sincero.
¿Qué sentirían nuestros hijos el día de mañana, si se bajara el vidrio de una limusina y apareciera la sensible Doctora Juguetes, de Disney Junior? ¿Cómo reaccionarían si la escucharan decir: “Hago esta publicidad porque las obras sociales son desastrosas, pero justo esta fue la que me puso más plata, jajá”?
Alf protagoniza la publicidad televisiva. El nuevo rescate mueve a la reflexión sobre la práctica que trae de vuelta íconos del pasado. En el spot, el personaje dice que volvió porque le pagaron.